jueves, 20 de enero de 2011

Cuando los Yámanas Navegaban por el Beagle...

América, bajando al Polo Sur, se desmembra en miles de islas hacia el Océano Pacífico. Cientos de canales, estrechos, pasos y angosturas separan esta tierra desparramada en el mar. Toda ella es suelo chileno, salvo la parte oriental de la Isla más grande llamada Tierra del Fuego, y las islas que hay sobre el Atlántico al oriente de ella, que pertenecen a nuestros hermanos argentinos.
A lo largo de la costa sur de la Tierra del Fuego, o "Isla Grande" como la llaman los magallánicos, corre el famoso Canal Beagle y al sur de éste están, entre muchas, las preciosas islas Hoste, Navarino, Picton, Nueva y Lennox.
Primitivamente esa parte de nuestro territorio fue habitada por un pueblo extraordinario: los Yámanas o Yaganes. Poseían una extraordinaria musculatura y vivían cazando lobos marinos, patos salvajes, centollas y muchas otras especies de mariscos, aves y animales. Sus livianas canoas, que llamaban "Anán", surcaban todas esas aguas, ya hubiera calma o tempestad. En cada playa podían armar su toldo, compuesto por un cono de troncos delgados recubierto con pieles de foca. Sólo en invierno se aventuraban a cruzar el Onashaga (el Canal de Beagle) y a mariscar en la costa de Onaisín (La Tierra del Fuego), porque allí vivían sus eternos enemigos: Los Onas. En la dura época invernal los onas que habitaban Karukinká (así llamaban ellos a su vez a la Tierra del Fuego) subían hacia el norte de su isla sin atreverse a cruzar la cordillera de los Andes que corre en la parte sur de la Tierra del Fuego. En la primavera hacían las primeras incursiones hacia el sur buscando guanacos. Entonces, si lograban sorprender en la costa del canal algún grupo yámana, caían sobre éste aprovechando que sus finas flechas tenían mayor alcance. Los Onas, que a sí mismos se llamaban "Selknam", mataban a los hombres y esclavizaban a las mujeres. Por ello los yámanas preferían huír ágilmente al sur del Onashaga, hacia las islas, para vivir pacíficamente todo el año.
A la Isla Nueva la llamaban Shúnushu, a la Isla Picton, Shukaku, a la Isla Lennox, Huala a Navarino y Usin a la Isla Hoste.
Creían en un solo Dios Vatahuineiva. Como norma de conducta se enseñaba a todos desde pequeños a servir a la humanidad antes que a si mismos, dar preferencia a los más ancianos, a los enfermos y a los niños. Junto a ello, el amor de los padres para con sus hijos y el respeto de éstos hacia sus mayores han hecho pensar que pocos pueblos de la tierra podrían haber mostrado una mayor grandeza de espíritu.
Un dia aparece ante los atónitos ojos de los yámanas un anán inmenso, más grande que muchos toldos juntos, que el viento hace avanzar silenciosamente hinchando el velamen blanco como el plumaje de las palomas antárticas y las carancas de la costa (gansos salvajes). No penetra al Onashaga, sino continúa al sur, hacia el lejano Samajani (Cabo de Hornos). Eran los hermanos Nodal que en 1618 enviaba el rey de España a descubrir un paso hacia el Pacífico que estuviese al sur del Estrecho de Magallanes, ya que por esos años piratas y corsarios ingleses, holandeses y franceses, entre ellos Drake y Cavendish, hacían peligrar las rutas de la Corona.
Con intervalos de generaciones se vieron pasar en la lejanía esos barcos increíbles, hasta que en marzo de 1830 penetra en las aguas del desconocido Onashaga un hermoso velero, el "Beagle", comandado por el capitán Fitz Roy. Formaba parte de una expedición que dirigía el capitán King. Permaneció en esos lugares durante tres meses haciendo sondajes, levantamiento de mapas y describiendo la flora, la fauna y todo lo interesante y maravilloso de la región. Fondeada la nave, en embarcaciones menores fueron recorriendo el Onashaga de un extremo al otro y lo rebautizaron con un nombre. Se llamaría "Canal Beagle". Ya de vuelta en Inglaterra, el capitán King lo describió en una conferencia en la Royal Geographical Society de Londres como un canal "que se extiende desde el Seno de Navidad (Bahía Cook) hasta el Cabo San Pío (al norte de la Isla Nueva) en una distancia de unas 120 millas con un curso tan directo que ningún punto de las riberas opuestas cruza ni intercepta la libre visión a través de él".
Tres años más tarde, nuevamente el mismo Fitz Roy, esta vez acompañado de un extraordinario científico, Carlos Darwin, navegando en el mismo velero, ancla en la zona para proseguir sus estudios. Poco después, y tal como se hiciera en el primer viaje, llegada la nave a Valparaíso, los expedicionarios viajan a Santiago a dar cuenta al Presidente de Chile, Joaquín Prieto, quien, como la vez anterior, autorizó nuevamente a los expedicionarios a continuar en sus estudios, aceptando oficialmente todo lo hecho hasta ese momento.
¿Y nuestros Yámanas?
En su Onashaga (shaga=canal; Ona=Selknam; Canal de los Selknam), convertido en Canal de Beagle, vieron descender en sus islas a los hombres blancos.
Venían del norte, desde Punta Arenas, a buscar el oro de Isla Nueva y de Lennox; a cazar los lobos del Murray y del Cabo de Hornos; a buscar las suavísimas pieles de nutrias al sur de la isla Hoste; a cazar los guanacos de Navarino.
Traían alcohol y traían enfermedades. Cada vez menos anán surcaron las aguas inquietas del Onashaga. Un misionero inglés venido de las Malvinas trató de salvarlos en una misión que creó en Ushuaia. Pero no era la tierra de los Yámanas, y pronto el misionero debió dedicarse con su familia a la ganadería, ya que la gripe y la tuberculosis prendían en ese rincón de la Tierra del Fuego matando a todos los aborígenes. Los últimos yámanas continuaron viviendo en nuestras islas.
En Nueva estaba Shemakantsh con su familia, en Caleta Las Casas, junto a José Milisic. En Caleta Piedras de Picton, la bellísima isla Shukaku, había tres familias. En Navarino, distribuidos en diversas bahías, otros treinta yámanas trabajaban en la pesca y algo de ganadería. En la isla Hoste, en una de las bahías más encantadoras de nuestro territorio, la poética Tekenika, había otro grupo de cinco familias.
Corría el año 1923. El Gobierno chileno envió al sabio Martín Gusinde a estudiar aquellas lejanas tribus, ya que la amenaza de extinción era inminente. Una y otra vez los barcos de la Armada de Chile llevaron al Padre Martín por islas y canales para recibir de boca de los últimos sobrevivientes el conocimiento de esas culturas milenarias.
Después, aunque parezca increíble, en dos o tres años, murieron casi todos. Sólo resta un grupito pequeño en Ukika, junto a Puerto Williams, que vive de la pesca de Centollas en el inquieto Onashaga.
Al mismo tiempo que morían por ese destino incógnito de los pueblos, otros chilenos, desde el siglo pasado, íbamos repoblando esas islas del extremo de nuestro Chile. En la Isla Nueva hay cinco familias, en Picton hay siete, en Lennox hay tres, en Navarino están los pueblos de Puerto Toro, Puerto Williams y Puerto Eugenia y hay decenas de campesinos diseminados en los lotes de la isla.
Revista Mampato número indeterminado de la década de 1970, Reportaje y fotografías de Alvaro Barros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario